lunes, 28 de julio de 2014

Genuina Lisboa

Lisboa siempre ha sido una ciudad que tenía muchas ganas de conocer. No sé por qué recuerdo que, siendo ya una niña, le preguntaba a mi padre que cuándo iríamos a conocerla.

Y llegó el momento. Unos cuantos años más tarde de lo que me hubiera gustado pero: objetivo conseguido.

Debe reconocer, muy a mi pesar, que el primer día me decepcionó un poco. Teníamos el hotel en pleno centro, en la Baixa, próximo a la estación de Rossio. Un hotel sin grandes pretensiones que tenía lo imprescindible y nada más, pero tampoco nada menos. Los alrededores estaban llenos de turistas y a los turistas cuando vamos de turismo no nos gusta encontrarnos con más turistas. Nos gusta sentirnos únicos, especiales, genuinos, como si no hubiera nadie más en el mundo al que se le haya ocurrido la misma idea que a nosotros. Además, tengo que reconocer que me pareció una ciudad decadente, bastante decadente. Se notaba que hace unos cuantos años fue una ciudad moderna con gran proyección de futuro pero que aquello acabó. Junto a las plazas señoriales y espectaculares de los Descubridores, del Rossio o del Comercio hay edificios que parece que se van a venir abajo de un momento a otro de lo viejos que están. 

Pero la luz del día y una visita al Monasterio de los Jerónimos al día siguiente lo cambio todo. Turistas seguía habiendo. Después de hacer la cola para coger el tranvía para ir a Belem y de hacer otra cola para entrar en el Monasterio, me quede sin palabras cuando por fin contemplé el espectacular claustro de estilo Manuelino. Todo allí dentro es sencillamente maravilloso. Desde las columnas hasta las cúpulas. Todo merece la pena ser fotografiado así que me dediqué a ello a fondo. Después de visitar el claustro inferior se accede al coro y al claustro superior. Y más fotos. No hay que olvidarse para terminar la visita de entrar en la Iglesia de Santa María de Belem. Igualmente recargada, es una iglesia impresionante con mucho detalles que merecen la pena ser contemplados con tiempo.

Salimos de allí y nos fuimos a visitar la Torre de Belem, otra obra de arte de la arquitectura manuelina. La tarde la dedicamos a visitar el Castillo de San Jorge y "patear" la ciudad.

Azulejos lisboetas

Y ahí, en las distancias cortas, en el pateo de la ciudad es donde Lisboa gana ese encanto que me tenía cautivada cuanto era niña. Lo más bonito es perderse por las calles, disfrutar de sus azulejos, unas veces más cuidados que otros pero igualmente bonitos. Y una experiencia que en España podemos disfrutar poco es la de subirse al tranvía y dejarse llevar a donde él te lleve. Después siempre puedes coger el mismo en la dirección contraria y volver al punto de partida. Sencillo.


Pastelitos de Belem
Pero uno no se puede ir de Lisboa sin probar los "pasteles de nata de Belem". Lo tradicional es comprarlo en la confitería tradicional del barrio que les da nombre pero ..., si no se puede , los de cualquier pastelería de la ciudad son exquisitos. Recomiendo los de la Confitería Nacional en la plaza de Figueira. Siempre es buen momento para comer una de estas tartaletas de hojaldre rellenas de crema.

Y para acabar dos consejor. Uno a mi seguidora número 1, si vas a Lisboa, llévate el bote de colonia pequeño para mitigrar algunos olores, sobre todo en verano. Y otro a mi seguidora número 2, allí nada de tacones, bailarinas como mucho, ya que todo el suelo es de adoquines.



2 comentarios:

  1. Has conseguido que me pique el gusanillo y pensar en mi siguiente escapada... Lisboa, sin lugar a dudas!! Allá que me voy!! Eso sí, con un bote de colonia, je,je...
    Gracias Rocío, nos encanta tu blog!! Pero queremos ver esas fotos que has hecho, que deben ser maravillosas!!!

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  2. Ji, ji, Chof. No te dejará indiferente. Ya verás.

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