Cada vez tengo más claro que hoy en día los padres nos
exigimos mucho, muchísimo. Ya sabéis que hace unas tres semanas me hice un
esguince porque me caí mientras andaba por la calle.
Tengo que reconocer que se me vino el mundo encima. Nada más
caerme sabía que algo me había hecho y que el evento más importante del año que
tengo en el trabajo iba a tener que pasar a un segundo lugar aunque no quise creérmelo.
La confirmación vino después cuando el médico me confirmó un esguince de
tobillo, una semana mínima sin apoyar el pie en el suelo y algunas más con
muletas.
Fue entonces cuando me di cuenta de que no iba a afectar
sólo al trabajo sino también a mi vida cotidiana. El simple hecho de bañar por
las noche a mi niño, recogerle en el cole o bajar con él al parque, no los iba
a poder hacer y … eso no mola.
En estas tres semanas que llevo “limitada” me he dado cuenta
de que todos somos prescindibles. Si no podemos hacer las cosas, siempre habrá
alguien que las pueda hacer y, lo más importante, no porque no lo puedas hacer
tú la gente va a pensar que no vales. La paciencia que me está exigiendo este
tobillo es tal que nunca creí que tenía, y la humildad que me está enseñando me está viniendo muy bien. Por la vida no se
puede ir corriendo para intentar hacer todo lo que nos hemos propuesto; a veces
hay que parar y ver en perspectiva, subir un poco de nivel y ver el conjunto,
para darse cuenta de que todo sigue a delante sin uno. Las metas nos las
ponemos nosotros y no nos la exige nadie nada más que nosotros mismos así que
igual que nos las ponemos, nos las podemos quitar.
Al final el evento del trabajo salió estupendamente sin mí,
a mi niño le recogieron todos los días a su hora en el colegio , todos los días
se fue limpito a la cama, ha sido feliz los días que no pudo bajar al parque a
jugar y yo me he dado cuenta de que soy totalmente prescindible.
Como dice el refrán, “no hay mal que por bien no venga”.
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